Plutón y Yo

Me siento el nuevo Plutón
Que es el mismo
Pero no
No es planeta ya Plutón

Volando alto



Tengo sueño con solo pensar en despertar
Si me tiro por el balcón flotaré
Si te tiro explotarás
Tengo sueño con sólo pensar en despertar

¿Ya?

La sensación de que todo se acabó
Camina despacio por los pasillos
Arrastrando cuchillos y dejando huellas
Arañan el parqué y mi piel
Resentida la madera y las entrañas
Te busco en pijama sin luz
Clavándome astillas
Tropezando con los muebles desplazados
Desde que no estás
Desde que no estás
Desnuda duermo sin sábanas
Pero como no cierro los ojos
No sé si la oscuridad viene de la ausencia de luz
O sale por mis cuencas desde el alma
Te tengo en el corazón

Y no.

María

María se come el sol y lo devuelve en forma de sonrisa.
Vive como si fuera su último día de vida.
Se protege en su fuerte con globos acuosos y charcos como foso.
Guarda la mirada tras sus manos y sólo mira cuando es necesario.
Busca monstruos bajo su cama y se conforma con las pelusas.
Tiene una colección de fotos del cielo para cuando la lluvia no le gusta.
Su pelo le da vida al viento y cuando canta por fin oigo el silencio.
Su medio de transporte son los sueños y me lleva en ellos de forma real.
Cambia el mundo, lo agita, lo acaricia, lo deshace, lo cura y a veces lo tira,
pero vuelve por si sigue con vida.

Siempre vuelve por si sigo con vida.

María es como un parking gratuito vacío.
Tus sueños duermen bajo su almohada y se despiertan en su ventana.
Las escaleras de sus entrañas desaparecen cuando le hablas.
Crees que la tienes, pero cuando te despistas, se escapa.
Por la noche busca en las estrellas animales y caras.
Nadie sabe si duerme y siempre anda descalza, pero en invierno nunca sale de la cama.
Ahora… se resguarda con mantas de lo que casi la mata.

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Su lengua hizo que explotara en mil pedazos. Luego desapareció y ya no tuvo con qué lamerse las heridas.

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La quería a morir. Pero de verdad.

Palillos chinos

Cuando a Charlie le preguntaron que con qué utensilio de cocina se identificaba, él dijo palillos chinos. Yo me sentí como una tonta al haber pensado inmediatamente en una cuchara, por eso de abrazar. Sin embargo, luego pensé que los palillos chinos son bastante poco manejables, la mayoría de la gente no sabe pillarles el truco y llegan a ser exasperantes. Es decir, como Charlie. Y sin embargo la cuchara es más mundana, como yo. Clara al parecer se sentía ese día poderosa y dijo un tenedor. Supongo que puede llegar a pinchar a veces, pero cuando te pilla no te deja escapar de su lado. 
Ella es magnética. 
Charlie lo sabe.
Y yo soy una cuchara. 

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Jorge y yo encajábamos. Quizás no nos poníamos de acuerdo en qué cantidad de mantas hacían falta o echábamos a cara o cruz quién se levantaba a apagar la luz del pasillo que alguien (él o yo) se había dejado encendida. Al final siempre ganaba mi cara, aunque hubiéramos pactado que la cruz lo hacía. Con esos ojitos no puedo, se quejaba. Luego se levantaba y apagaba la luz del pasillo, pero no volvía directamente. Hacía una parada en la cocina y me traía lo que había sobrado del postre. Al final, cara o cruz, me tenía que levantar para lavarme los dientes. Más tarde apagábamos la luz y él disimuladamente empezaba a quitar esa manta de más que yo había negociado anteriormente. A mí no me importaba, no nos hacía falta.
Después del tercer postre él siempre preguntaba: ¿Cuándo te vas a venir conmigo? Ya sabes, vivir juntos. Y en ese momento la manta que había quitado con sigilo se convertía en el objeto más interesante del mundo. Despegaba de las sábanas hasta llegar al lugar en el que descansaba la manta en el suelo. Luego, Paloma, pequeña, ven aquí. Y yo iba, y él me abrazaba, y yo cerraba los ojos, y él ya no preguntaba. Por la mañana, él ya no estaba. En el cristal de la ventana una nota. ‘Buenos días, pequeña. ¿Me llamas cuando me leas?’ y lo llamaba, y él me daba los buenos días sonoramente, y yo sonreía, y él me decía que esa noche cenásemos fuera, y yo que vale, que me recogiese a las nueve, y él que de acuerdo, y yo que me tengo que ir a clase, y él que se tiene que ir a trabajar, y yo que no quiero colgar, y él que se ríe de mí, y yo que me enfado, y él que me manda un beso, y yo que me desenfado, y él que va a colgar, y yo que cuelgo. Luego cerraba la puerta de su casa y me aseguraba de que no se abría. Después corría escaleras abajo, huyendo, sin saber la razón.
Uno de esos días me encontré en la cerradura un juego de llaves. El llavero tenía forma de “P”. Algo descolocada cerré la puerta con una de las llaves y por primera vez estuve segura de que la puerta no se abriría. Olvidé al parecer el camino hacia las escaleras y me metí en el ascensor acompañada del tintineo de las llaves y con Jorge en mi cabeza. Mi independencia se reflejaba sola en el espejo y... se cerraron las puertas. Recordé por qué no me gustaban los ascensores. Pensé en Jorge (cuatro), en mis ganas de comerme el mundo (tres), en las llaves (dos), en mi autonomía (uno), en mi creciente dependencia (cero) y en Jorge de nuevo y… se abrieron las puertas.
Y entonces me di cuenta: Jorge y yo encajábamos, tan bien como mis nuevas llaves en la cerradura del portal aquella noche, cuando yo me empeñé en abrir por primera vez la puerta de nuestra casa.

Un centímetro y medio de vida

Y estás ahí dentro, en tu burbuja, entre pulmones, huesos y un corazón, y fuera con diez corazones más. Y ahí estás dentro, aún sin respirar y con ella respirando por ti, con todos respirando por ti. Y ahí dentro estás, y ahora lo sabemos y parece que ya no sabemos nada más. Y dentro estás, ahí, tan cerca, tan pequeño, con sólo un centímetro y medio, concentrando todo el universo.

Desas3

Sé que me quieres. Pero sé que sólo quieres quererme de la manera que quieres que sea. Y no. No voy a ceder. Y ojalá eso te lo pudiera decir. Y ojalá eso me lo pudiera creer yo misma. Pero sé que me quieres. Sé que no me dejas ir para que me quede a tu lado. Pero sólo por esa razón. No por mí. No por lo que seremos. No soy algo que puedas controlar. Aunque me controles. Soy una tormenta. Soy la luz. Tú el ruido. Y lo sé. Pero me haces sentirme ruido y que tú seas mi luz. Y sin escapar me retumban los cristales. Me haces llorar. Me destrozas. Me haces necesitarte. Y necesitar tenerte lejos. Fuera de mi alcance. Fuera de tu alcance. Y te vas. Pero vuelves. Tantas veces. Tantas. Si quieres te quedas. Pero como yo. Como tú. Y como nosotros. No como tú y tu yo. Pero sólo te quedas cuando tú quieres quedarte. No te necesito. Lo sé. Pero te quiero. Y sé que tú me quieres. Y te hago llorar. Sangro. Sangras. Nos hacemos daño. Y te quedas. Porque quieres quedarte. Y yo sé que irme sería lo mejor. Pero quiero quedarme. Quiero el desastre. Quiero tu desastre. Y me quedo. Ya lo solucionaremos, ¿no?

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No respondes, No llamo.

Ya no.

No te voy a hablar. Ya lo he intentado. Y parece que eso no sirve. No voy a decirte de nuevo que te quiero. No voy a intentar que me entiendas. No voy a intentar entender qué es lo que pasa por tu cabeza porque tú simplemente no me dejas ver.  Me duele. Incluso físicamente. Eras quien me lo daba. Ahora te lo has llevado. Tan fácil. Tan sencillamente. Sin miramientos. Sin complicaciones. Simplemente la distancia que antes era nada, ahora nos separa. Lo que nos unía es lo que nos aleja cada día un poco más. Pero esperaré a que llames. Yo, el orgullo en persona, te esperaré. Y sé que no seré capaz de decirte que no. Tonta persona en la que me he convertido. Yo lo he intentado. Tú lo dejas pasar. Sin siquiera temblar. Me mata pensar que estás. Te veo. Pero ya no te siento. Pero ya no me dejas sentirte. Quizás era la evolución natural de lo nuestro. Ay, lo nuestro… ¿pero qué era? Yo lo sentía. Lo vivía. Y sé que tú también lo hacías. No podía inventarlo sólo mi mente. No tengo talento para crear tanta felicidad. Pero ya no estás. Aunque estás. Siempre estás. Pero… Es frustración lo que siento. Porque yo te quiero. Pero no como el mundo cree. Incluso no como tú crees. Pero ya no va a haber manera de explicarlo. No vamos a ser conscientes de la vida del otro. No te voy a contar las vivencias trascendentales de mi vida, y peor aún, no te contaré las intrascendentales. No entiendo el porqué hemos llegado aquí. O por qué yo me encuentro aquí. Y lo peor es que no sé dónde estás tú. Porque te miro, sí. Pero ya no me dejas verte. Ya no. Ya no tantas cosas. Tantas. Y volverás. Lo sé. Con otra forma porque te desdibujaré. Es lo que estoy empezando a hacer. Pero sé que te esperaré. No de la manera que el mundo cree. No incluso de la manera que tú crees. Pero seguiré creyendo en lo que creaste. En lo que creé contigo. En lo que creamos. Aunque ya no te crea. Aunque eso ahora sea un recuerdo. Muy cercano. 

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Ayer comí ciruelas de un almendro.

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Y sus ojos llegaron como faros de luz azul. Naufragó.

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Todo se pierde con el tiempo, incluso el tiempo.

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Quiso hacer algo cotidiano. Murió.

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Estoy cansado de deambular sin sentido al confundirte con tu eco.

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Sin manos no tuvo otra que hacer el pino con los pies.

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Tenía toda la vida por delante y quiso quedarse a la mitad.

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He touched me that way you touch someone you've been for a long time it didn't fit there anymore.

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Si te sintiera, si de verdad te sintiera, te sentiría para siempre, pero... ¿lo sentiría para siempre?

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Decidió que iba a ponerle un punto y sentido a su vida.

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Ya no te voy a contar las vivencias trascendentales de mi vida y, peor aún, no te contaré las intrascendentales.

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La única manera que tuvo para acabar con su ceguera fue quemarse los párpados.

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Si no fuera por que te sigo queriendo no te querría.

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Y se dio cuenta de que no tenía las siete vidas de sus ojos de gata cuando se tiró desde el tejado.

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Ella le pidió que no mirara. Él se sacó los ojos.

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Y en ese momento quiso levantarse y correr tras su vida.

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Y en ese momento se acabó. Todo. O nada. Después de aquello no supe si había pasado realmente algo. Ella gritó. Yo grité.

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Cuando te veo siento que todo va bien, pero sólo para ti.

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Lo triste de su encuentro fue que sólo se preguntaron: “Esta vez… ¿en tu corazón o en el mío?”.

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Y así fue cómo acabó: la silenció con su silencio.

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Pensando que podía volar se encadenó al suelo.

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Fue bonito mientras dejaste que durara.

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Devuélvele al tiempo lo que le robaste, lo que me robaste, y así lo compartimos.

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Y de repente me estrechó la mano como si recordara quién era yo. 
Como si recordara quién era ella. 
Pero cuando busqué su mirada se había ido.

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Decidió que se abriría a un corazón que le diera más, no menos.

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No tenía miedo de perderle. Tenía miedo de perderse.

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No tienes que asegurarte de que pase, sino de que se te pase.

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Él: ¿No te parece absurdo poner el aire acondicionado para luego taparnos? 
Ella: Sí, pero así puedo tenerte cerca en verano.

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Quiso llorar para desahogarse por dentro.

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En su desesperación se comió los dedos de los pies para quedarse tirada por los suelos para siempre.

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Tiene la mirada dormida, los oídos rotos, la nariz quemada, los labios sin ganas y la piel a rastras.

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Se vaciaron el uno al otro dejando hueco a la incomodidad.

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Y de repente aparecieron las ganas de besarle, así que cerró los ojos y abrió el corazón.

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Él soltó los nudos de su garganta y la funambulista cayó al vacío.

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Quiero que me quieras, no que me aguantes.

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El olvido es pasajero.

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Quiero que entiendas que cuando callas el silencio grita de nostalgia.

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Pensó: "No hay nada que hacer, así que no hay nada que hacer."

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Él le hinchó los pulmones. Cuando se cansó de ella, en vez de dejarla volar, se los pinchó.